17 de julio de 2011

Musgo cósmico

Los seres humanos somos egocéntricos por naturaleza (¿cómo si no hubiera nacido Facebook?), pero si bien el egocentrismo puede, en el fondo, promover en cierta forma la supervivencia individual, el geocentrismo (conceptual, no geométrico) no parece tener otra motivación que la de recrearnos en la idea de ser, si no la única, una de las pocas especies con la tremenda suerte de haber medrado en este universo hostil y despiadado.

Esta idea, promulgada intensamente por religiones de todo tipo, nos coloca en un lugar especial en el panorama cosmológico. Los habitantes de la Tierra seríamos así una especie de comunidad elegida. Nuestra suerte no sería tal, sino la consecuencia del amor de algún dios misericordioso.

Yo no puedo demostrar la existencia o ausencia de vida extraterrestre (tampoco la de ese dios), ya que carezco de toda evidencia empírica. Sin embargo, hay algo que me parece una ley de esas de perogrullo: la vida nace donde puede nacer. Así de simple. Estamos hartos de observar este fenómeno en nuestro entorno, y muchas veces podemos hacerlo bajando la vista al suelo mientras caminamos por algún camino embaldosado. Probablemente ahí, entre las llagas de los ladrillos, haya alguna pequeña muestra de vida en forma de musgo o hierbajo.


¿Diríais que ese musgo ha tenido una suerte inmensa e incomprensible? 

Debido a esta simple idea, deduzco que, casi con total certeza, no estamos solos en el universo. No hay más que pensar en la cantidad de llagas fértiles que puede haber: la vida existiría de cualquier forma. Nuestra suerte no es pues colectiva, sino individual: cada uno de nosotros tiene la gran suerte de haber nacido (cualquiera de nosotros podría no haberlo hecho). Es la suerte de ser una ínfima parte de lo que globalmente somos: musgo cósmico puro y duro.